La Real Iglesia de San Lorenzo en Turín

En el verano de 1557, las tropas españolas comandadas por el duque de Saboya Manuel Filiberto participaron en el asedio de San Quintín, la ciudad fortaleza que bloqueaba, en la frontera entre Francia y Flandes, el camino a París. Era el 10 de agosto y según la tradición el duque le hizo un voto a San Lorenzo: si ganaba la batalla, le dedicaría una hermosa iglesia. Manuel Filiberto venció y regresó a Turín, sin olvidar la votación que había hecho. Al no poder construir una nueva iglesia, debido a limitaciones económicas, hizo restaurar una pequeña iglesia ya existente, Santa María del Presepe, y la dedicó al Santo. Será su bisnieto, el duque Carlos Manuel II, quien cumplirá el voto hecho por su bisabuelo un siglo antes.
En 1666, Guarino Guarini, brillante arquitecto, llegó a Turín y presentó un proyecto grandioso y singular para la iglesia de San Lorenzo.
Detrás de una fachada anónima se esconde una obra maestra del barroco, anunciada por la imponente cúpula octogonal de lados cóncavos que se eleva sobre el tejado. El acceso se realiza a través de un ambiente modesto, el Oratorio de la Dolorosa, que prepara al visitante para la explosión barroca más allá de la reja.
El edificio se basa en un octógono de lados convexos hacia el interior en el que se sitúan las capillas adornadas con mármoles preciosos. En el centro del presbiterio, el altar mayor, a través de un bajorrelieve del frontal, representa al duque Manuel Filiberto mientras pronuncia el voto que dará origen a la iglesia. A los lados del altar se siituan también las tribunas reales conectadas directamente con el Palacio Real. Pero la verdadera sorpresa es la cúpula que parece suspendida en el cielo y para la que el arquitecto probablemente se inspiró en los edificios árabes que había visto en Sicilia y en la Península Ibérica. Los arcos que lo forman se suceden dibujando una estrella cóncava de ocho puntas atravesada por la luz. Unos extraordinarios efectos de claroscuro se desarrollan a partir de las ventanas de diferente tamaño que jalonan la cúpula.

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Vestidos de alta costura en acero

La Armería Real de Turín conserva obras maestras a nivel mundial que nos recuerdan que históricamente la guerra era la normalidad. La guerra se alternaba con la paz según ciclos estacionales. Después de la pausa invernal, cuando los prados estaban cubiertos de hierba para los caballos y para los bueyes, comenzaba la guerra. Los días religiosos y, en particular, el sábado y el domingo había tregua.
Todos estaban llamados a hacer la guerra, tanto los ricos como la gente común. La guerra era la profesión de los nobles porque podían tener caballos y armaduras. Los caballos serán cada vez más protagonistas de la guerra gracias a una innovación, el estribo. El caballo costaba tanto como un coche de lujo. Generalmente el caballero poseía al menos dos caballos: uno para la batalla, el corcel, y otro para la marcha, el palafrén.
Cuando la guerra la hacían los señores vecinos, ella no se concluía siempre con la muerte del adversario. En cambio se prefería capturar al enemigo para luego pedir un rescate que pagaba la comunidad campesina. La guerra se convirtía entonces en un juego peligroso, como el juego de dados que era muy popular. De hecho a la aristocracia le encantaba el juego de azar, aunque estaba prohibido por la Iglesia. Cuando la guerra en cambio la libraba el rey contra los ejércitos extranjeros, el riesgo de morir podía ser mayor.
Las armaduras expuestas son los trajes que los caballeros usaban en batallas y torneos. Una armadura ante todo era un vestido de alta costura en acero que un principe podia lucir en los momentos más importantes. Eso quiere decir que los mejores artesanos del renacimiento alemán e italiano trabajaban para él. Recordamos que una armadura completa con todas sus piezas podía llegar a pesar unos cuarenta kilos. Las armaduras se vuelven más sofisticadas: los herreros producen gracias a las tecnologías acero más resistente y ligero. Con las primeras armas de fuego en el siglo XVII empieza el final de las armaduras.
La armadura convierte al caballero en una máquina de guerra sobre un caballo robusto, especialmente criado. El noble que sabía hacer la guerra tenía que saber montar un semental que no debía tener miedo en un contexto de extrema tensión colectiva. Su objetivo era golpear al enemigo y derribarlo del caballo, reduciendo significativamente su valor. Se requerían horas de entrenamiento y el caballero comenzaba desde niño, como lo demuestran las armaduras más pequeñas. A este respecto, el historiador Alessandro Barbero cita un proverbio medieval según el cual quien no había montado a caballo hasta los ocho años sólo servía para ser sacerdote!

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Alba y las tierras del vino

En el sur del Piamonte, la difusión de la vid ha contribuido a modificar notablemente el panorama de las tierras del vino. El paisaje todavía está dominado por una amplia gama de granjas aisladas, con partición horizontal o vertical, por edificios con forma de “ele” o “ce”, o en algunos casos raros por antiguas torres, erigidas originalmente en una altura, luego incorporadas a un edificio rural. En términos generales, la vivienda ocupaba la planta baja, con el salón, de la casa campesina, mientras en el primer piso estaba la zona con los dormitorios. La escalera ocupaba la posición central, con el tragaluz para iluminar las rampas y permitir la inspección del techo y de la cubierta. Normalmente, el edificio principal se completaba con un rústico, con una bodega en la planta baja, parcialmente enterrada y, en el primer nivel, el granero con el lado abierto hacia el patio. El techo se apoyaba en unos pilares macizos, de ladrillos sólidos, que se dejaban a la vista como las mismas vigas. En el Roero y hacia el fondo del valle, para la fácil disponibilidad de arcilla, las granjas fueron construidas principalmente en ladrillos. En la Alta Langa, rica en afloramientos de marga y arenisca, abundaban las canteras de piedra gris y dorada. Para las casas campesinas se preferían por tanto los ladrillos puestos en seco o intercalados con mortero. En la mampostería, se podía colocar una capa de yeso para borrar posibles imperfecciones además de garantizar una mejor protección contra el frío. Las paredes también estaban cubiertas de plantas trepadoras para formar un escudo térmico: la vid, en la parte más soleada; el hiedra, al norte; la glicina, en las pérgolas y en las decoraciones horizontales.
En el territorio de Barolo, se puede encontrar también algunas granjas con la fachada decorada con rayas horizontales rojas y amarillas. Estas propriedades, que originalmente pertenecían a la familia real, especialmente en la zona de Fontanafredda y Pollenzo, debían alternar en fachada unas bandas de color para ser reconocibles desde lejos por el rey Vittorio Emanuele II!
Muy comunes en el territorio de Langa son también los ciabot o casot, pequeñas casitas utilizadas tradicionalmente como refugio provisional, depósito para herramientas y productos agrícolas.

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Los misterios del monte Pirchiriano

Debido a su posición estratégica, la montaña en la que hoy se encuentra la Abadía de San Miguel fue ocupada por los ligures y celtas que la fortificaron.
Posteriormente, los romanos establecieron allí un campamento militar permanente para proteger la carretera que conducía de Montgenèvre a la Galia. Los soldados vivían en casas sencillas de madera, protegidas por una valla de madera y tierra. A poca distancia se encontraba también un templo dedicado a Jano, un pequeño edificio rectangular con un antitemplo de cuatro columnas, donde ahora se encuentra el cementerio de los monjes. En ese período cuando se extendió el culto a Mitra, el culto oriental más importante de la época, el nombre Pirchiriano fue interpretado por los bizantinos como la montaña de las torres debido a sus empinadas paredes. Lo más seguro es que el nombre actual sea una corrupción de “Porcariano” o la montaña de cerdos.

Según las investigaciones históricas, esta montaña, una avanzada centinela del valle de Susa, guarda un tesoro. Se trataría de un entierro fastuoso, según un documento que data de 1752 y escrito en francés por un anónimo. Un príncipe celta vestido con armadura y casco de oro, con todas sus joyas, fue colocado en un sarcófago de plata, en una cueva natural del monte Pirchiriano. Su posición aparentemente corresponde a las ruinas del monasterio. Un estrecho camino permitía acceder a la tumba cuya abertura estaba cerrada con cantos rodados y un epígrafe grabado en uno de ellos. El paso del tiempo puede haber borrado la escritura o puede que el musgo y la hierba la hayan cubierto, por lo que sigue siendo bastante difícil rastrearla, también debido a la pendiente pronunciada que algunos desprendimientos de tierra, como resultado del terremoto de 1886, cambiaron su apariencia.

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El Teatro de Corte en Turín

La obra concebida por el arquitecto Juvarra y realizada por su sucesor Benedetto Alfieri se completó en un tiempo récord, entre 1738 y 1740. Los arquitectos al servicio de los soberanos habían sabido interpretar la austeridad piamontesa, característica de un pueblo que siempre había sufrido guerras, epidemias y la dureza del clima alpino.
La organización de los espectáculos teatrales se confiaba a la Sociedad de los Caballeros, un grupo de aristócratas, que actuaba como empresario e intermediario entre el rey y los artistas. El inicio de la temporada empezaba el 26 de diciembre -durante el Adviento no había espectáculos con el fin de prepararse religiosamente para la fiesta de la Natividad- y terminaba con el Carnaval. Los espectáculos eran diarios excepto el viernes, día de descanso. Cada melodrama se representaba alrededor de veinte veces.
La ópera estaba reservada a la alta sociedad y, aunque el público podía apasionarse por un castrato o una primera bailarina, el teatro seguía siendo de hecho un lugar de encuentro para una categoría social. Sin embargo la gente común y la clase media no habrían apreciado el espectáculo.
El teatro albergaba también una serie de tiendas para comprar galanterías -tabaqueras, joyas, abanicos y flores- refrescos y confiterías y espacios dedicados al juego de cartas, como en un casino.

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Erasmo de Róterdam en Turín

Hace más de 500 años, Erasmo de Róterdam recibió el título de doctor en teología en la Universidad de Turín, cuando la ciudad era todavía un pequeño pueblo.
Según los documentos de archivo, el filósofo, teólogo y humanista holandés se graduó con la nota mínima en 1506. En su honor fue llamado el famoso programa Erasmus para intercambios académicos.
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